La rosa de los hielos by Carlos Puerto

La rosa de los hielos by Carlos Puerto

autor:Carlos Puerto [Puerto, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1989-10-15T00:00:00+00:00


Grullas grises, con sus casi tres metros de ala a ala, las mejores danzarinas de Groenlandia.

Halcones gerifaltes, agresivos predadores, ahora convertidos en protectores de sus hermanos los animales.

Búhos nivales, blancos y pardos, de ojos redondos y vista penetrante.

Fulmares o gaviotas árticas, siempre hambrientas, siempre defensivas, capaces de escupir un líquido oleoso a sus posibles atacantes.

Collalbas perladas, las mejores aves cantoras del Gran Norte.

Pechiazules y correlimos patilargos… y al frente de todos, los falaropos picofinos y los chorlitos carambolos, guiando a los demás hasta el lugar preciso.

Varios miles de aves polares, capaces de convertir el día ártico en la más oscura de las noches.

Hasta el mismísimo Inuk estaba asombrado. Jamás en su vida había visto una noche tan oscura.

—Pero ¿qué está pasando? —se preguntaban los cazadores caminando a tientas.

Rosa, en medio de las tinieblas, echó a correr hacia la familia de las focas.

—¡Vamos, deprisa, no os quedéis ahí, seguidme!

La niña se había orientado antes de que la nube cubriera el cielo por completo. A unos cuantos metros a su derecha había un perfecto aglú por el que sus amigas podían escapar.

—¡Por aquí, por aquí!

Las focas estaban un poco desconcertadas, y Rosa tuvo que ayudar a escapar a más de una, dándole un empujón hacia el agua.

—¡Las focas se escapan! —exclamó uno de los cazadores.

Pero al echar a correr, tropezó con el otro.

—¿Qué haces? ¡A por ellas!

No pudieron hacerlo. Los gruñidos de los zorros les avisaron del peligro que corrían si lo intentaban.

—¡Les voy a pegar un tiro! —dijo el del fusil apuntando a ciegas.

—¡Cuidado, que me vas a dar a mí! —dijo el otro tirándose al suelo.

Tuluak avanzó hacia la niña que ya estaba despidiéndose de la última de las focas.

—Métete en el agua, sumérgete. ¡Buena suerte!

La foca chapoteó, quizás con agradecimiento, antes de desaparecer definitivamente. Rosa agitó la mano con gesto de despedida, para seguidamente mirar hacia el cielo todavía cubierto por el vuelo de las aves.

—Gracias a todos. Gracias.

Pero a sus espaldas una voz sonó amenazadora:

—¡Me las pagarás!

Rosa se volvió dispuesta a todo. Pero allí no había nadie.



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